Nadie ha vuelto nunca para contarlo. Pero dicen que cuando estás a punto de morir, ves pasar tu vida resumida en fotogramas. Imagino que será una sucesión de imágenes. Algo así como un PowerPoint acelerado, en el que se entremezclen: El primer beso, la primera decepción, a lo mejor alguna imagen de boda, el nacimiento de un hijo…
Ayer, todos los que fuimos a Lanzarote almacenamos en nuestro cerebro una de esas imágenes. Algunos habrán guardado la fuerza de Martín La Rosa que nos puso por primera vez por delante en el marcador. Otros la patada de Salvatore “Totó” di Dio tan importante a diez minutos del final. O el definitivo ensayo del mismo protagonista. Seguramente habrá algún raro que recuerde la bolsa de papel marrón que contenía los bocadillos isotónicos de jamón con aceite. No es difícil imaginarse al “Sátrapa” y a su señora preparándolos minutos antes de que comenzáramos el viaje. Dedicándonos a todos los mahohs otro de sus muchos detalles, que por cotidianos, a menudo (al menos en mi caso) olvidamos agradecer con la palabra.
En el barco, el recuerdo para los que no pueden venir a su pesar. Nos faltan, se nota su presencia. Echamos de menos toda la humanidad de Rafa, su simpatía. La concentración de Pajón que me confesó en el vuelo de vuelta de hace siete días, que ya estaba pensando en este partido. Y todos aquellos que un día, aunque sólo fuera durante un segundo se sintieron mahohs, con todo lo que ello conlleva. Recordé durante un momento también a Cristian, que jugó contra Lanzarote su último minuto de Rugby en el mundo de los vivos.
En el ferry se nota lo que nos une. Somos gente muy distinta. Pero eso es al fin y al cabo una familia, en la que cada una de sus partes es tan única como imprescindible. Y en cada coche para el viaje hasta el campo, imagino una historia distinta. Seguro que en algunos había música, en otros conversación, silencio, concentración, concentración, concentración. El vestuario es un ritual. Se nota que no es un partido más. El Átomo para los masajes huele más fuerte. El Radiosalil, quema más tras las friegas, y el ánimo que se transmite con cada abrazo o golpe en el pecho, significa más cosas que nunca. Durante el calentamiento, tres paseos a lo ancho del campo, justo detrás de la hache de uno de los fondos, todos en silencio, mirando abajo. Impresiona. Todos nos hacemos conscientes de lo que nos jugamos. Conscientes de verdad.
Hasta aquí llega una parte de la crónica que hubiera sido la misma, sin importar el resultado. Pero es que encima luchamos, con cabeza, con corazón, cada pieza encajó en su lugar. Y después de que el capitán decidiera tener el viento en contra en la primera parte, saltamos al campo sabiendo que nos quedaban cuarenta minutos de sufrimiento. Avanzamos metro a metro con fuerza. En cada “Ruck” había un montón de carne puesta al servicio del club, carne tatuada en blanco y verde. Ganamos tres metros, quince, treinta, cincuenta. Patada del Lanzarote, otra vez a empezar. El viento hacía su trabajo. En nuestra contra. Sólo dio un respiro justo antes del descanso. En el único momento que no queríamos que parara. En estos cuarenta minutos eternos nos dio tiempo a sufrir. Tras un golpe de castigo convertido por Lanzarote, ensayamos. Nuestros gordos se habían metido en su veintidós, muy cerca de la banda derecha de nuestro ataque. Entonces la línea entró en juego, poniendo los pelos de punta en cada pase al espectador parcial. Pero el balón no se fue al suelo y La Rosa la posó pegado a la izquierda. De ahí al descanso, otro golpe y un ensayo transformado de Lanzarote que puso el 13-5.
Sabíamos que la segunda parte sería nuestra, mientras de reojo mirábamos las enormes banderas que alentaban a nuestro rival. El viento seguía ondeándolas, y eso eran buenas noticias. A ellos se les habían terminado las patadas. Ahora tendrían que apretar bien las nalgas si querían ganar un metro. Y no lo ganaron. Tiramos a palos varias veces sin resultado, hasta que una entró. Ya estábamos a distancia de ensayo, y los delanteros querían su porción de protagonismo en el marcador. Así que empujando, arrastrando el balón por el suelo, protegido por kilos y kilos de carne de mahoh, Jaime puso el empate en el marcador. Ahora los nervios y las urgencias vestían de azul y rojo. Un golpe de castigo. Salva pide palos. Está muy lejos, pero lo convierte, y queda muy poco tiempo. Hay que aguantar. Lanzarote saca fuerza de flaqueza y se planta en nuestra veintidós. Vuelan por nuestras cabezas todos los ensayos que hemos encajado en los últimos minutos de los partidos. Pero hoy no es el día. Hoy es el día del Mahoh. Solventamos la situación y robamos un balón peligroso. El héroe del día es nuestro “Petete” y la planta. Luego transforma el ensayo y pone el 13-23. No hay tiempo para más. Hemos ganado. Estamos en la final. Con sólo tres años de vida el Mahoh jugará su segunda final de la historia, la primera de un campeonato de liga. Los juveniles vienen corriendo desde la grada en la que han padecido y sufrido tanto como los mayores. Todos somos cabras.
Tercer tiempo, intercambiamos las tarjetas por bebidas y damos buena cuenta de los “sándwiches” y los “croissant” mientras vemos el Irlanda-Gales en la tele. Estoy convencido de que también ganaríamos ese partido (es broma) pero también ganan los verdes.
Ahora a prepararse para el viaje a Las Palmas. El Club nos espera con vitola de máximo favorito. Pero el Mahoh ha empezado a soñar, y son tantos los sueños que se han hecho realidad… ¡Vamos Mahoh carajo!
Gracias C.R.Mahoh. Gracias a todos. Y desde la parte que me toca, dedicar este triunfo a todos los que disfrutan con él. Y a las familias que soportan nuestros golpes, nuestros cansancios y nuestras ausencias.